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Centinela del sueño finito de una abeja

Performance para A de animal B de bestiario, conferencia performance de Hablaba con las salamandras, las oropéndolas y los ornitorrincos... de Juan Mejía

En la Vereda La Toscana en el suroeste del departamento de Antioquia hicimos una caminata con un grupo de trabajo con el fin de visitar la quebrada más cercana. Cuando regresamos agarré una rama que llamó mi atención. Para no saltar de una roca a otra con la rama en las manos la lancé hacia la otra orilla. Después crucé, la recogí y me di cuenta que había sobre ella una María Palitos (Stick Insect – Ctenomorpha chronus)[1]. Nunca supe si el insecto estaba sobre la rama antes de haberla lanzado o si se subió después, cuando cayó al otro lado de la quebrada. Si ya lo estaba, nunca podré imaginar lo que sintió la María Palitos cuando lancé la rama de una orilla a la otra. De todas maneras cualquier cosa que yo piense o diga al respecto será tan sólo una suposición.

Decidí llevar la rama conmigo, con la María Palitos montada en ella. Durante el trayecto noté al insecto cambiándose de lugar varias veces para protegerse del sol. Caminé con cuidado para evitar movimientos bruscos. Al llegar a la casa la observé durante largos intervalos de tiempo. Dispuso sus patas delanteras a lado y lado de sus antenas, dejó de tener seis patas para tener cuatro ¡parecía una rama pequeña! Esa noche la María Palitos se quedó debajo de una guadua. Al día siguiente no estaba.

 

Dos días después encontré otra María Palitos, esta vez dentro de la casa. Era más pequeña, medía alrededor de tres centímetros y estaba sobre un tambor. De vez en cuando levantaba y movía una de sus patas traseras. Al cabo de un rato fui a buscarla, estaba desgonzada. En ese momento imaginé la hoja de una planta o el pétalo de una flor cuando son arrancados y abandonados a su suerte.


Creí que estaba muerta.
La moví. Se incorporó.

Después de un tiempo volvió a desgonzarse.
 

Fue inevitable, pero en ese instante pensé ¡se desgonza como yo cuando estoy cansado y quiero dormir! Ahora podría suponer que estaba desgonzada para descansar o para pasar desapercibida frente algún predador. A la mañana siguiente fui a buscarla, no estaba. Se había ido, como la otra María Palitos.
 


 

La necesidad que tengo, como ser humano, de filtrar cada situación de mi vida me aleja de la posibilidad de contemplar las cosas tal como son. Para replantear esta sentencia quiero dejarme sorprender por la presencia de otro ser, no humano, percatarme de su tiempo a partir de las posibilidades de estar de ése ser, que junto a nosotros, los “animales humanos”, compartimos este planeta.

Recuerdo las palabras de la maestra Yuri Yokota[2] “Para pintar una montaña hay que ser una montaña, para pintar una libélula hay que ser una libélula.” Recuerdo también que hacía énfasis en la importancia de ser consciente de la respiración y en la relación del trazo con el aliento. Maneras de operar, creo yo, propias de la escucha del instante.


Pienso en que sería reconfortante, conmocionante, si tan solo lograra entregarme a esa contemplación, a ese acto de respirar para entrar en comunión con lo que soy, pero sobre todo con lo que no soy, y ahí quizá, contar con la posibilidad de devenir otra cosa, de delinear en mi propia existencia la presencia de otros seres.



Como mediador de la exposición Hablaba con las salamandras, las oropéndolas y los ornitorrincos… de Juan Mejía, estudié el texto ¿Por qué miramos a los animales? de John Berger. Para el cierre de la exposición Juan me invitó a hacer parte de la conferencia /performance A de animal, B de bestiario. El material que propuse estuvo influenciado por mis encuentros con las María Palitos y por el encuentro con el siguiente fragmento del texto de Berger: “Ningún animal confirma al hombre, ni positiva ni negativamente. El cazador puede matar y comerse al animal, a fin de que su energía se sume a la que él ya posee. El animal puede ser domesticado, a fin de que constituya una fuente de aprovisionamiento para el campesino y trabaje para él. Pero la falta de un lenguaje común, su silencio, siempre garantiza su distancia, su diferencia, su exclusión con respecto al hombre.”[3]

Tras la idea de escudriñar en el silencio como ausencia de palabras, y en la distancia como una manera de estar, repetí algunas acciones durante la conferencia:

 

Aguardé detrás de una reja.

Deambulé con movimientos estereotipados.


Me suspendí de los pies para develar la cara de un venado.


Contemplé una abeja muerta.

Cada acción tuvo diferentes duraciones en las cuales busqué lapsos que me permitieron simplemente ser presencia. Me entregué a la respiración e indagué en lo que necesité para entrar en comunión con lo que fui. Intenté delinear en mi propia existencia la presencia de otros seres.

Finalmente, después de haber transitado diferentes lugares como mediador, lector, performer, siento que prefiero recordar y quedarme con las siguientes imágenes:

 

Un cardumen de peces descubriendo mis piernas dentro del agua.

Un pulpo pequeño abrazado a una pierna izquierda.

Un gato ronroneando encima de las piernas de alguien.

Un colibrí, suspendido frente a una flor.

Una hilera de hormigas llevando trozos de semillas, hojas y raíces.

Una lagartija caminando por mi cuello.

Un delfín rosado nadando frente a mi canoa.

Una araña saltando sobre una mosca.

Dos zancudos unidos por las colas.

Un perro negro durmiendo sobre un gato gris.

Rafael Duarte-Uriza


Bogotá, septiembre de 2016

Este texto fue publicado en La fauna de Flora 


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[1] Stick Insect: http://tasnature.blogspot.com/2008/06/ctenomorpha-chronus-stick-insect.html o http://www.ozanimals.com/Insect/Stick-Insect/Ctenomorpha/chronus.html

[2] Yuri Yokota: Fundadora de Nibunkenkyo, Centro de Cultura Japonesa. Conferencia: “El Zen y el arte japonés” en el marco del Mes de la Cultura Japonesa en Bogotá. Septiembre de 2010. Jardín Botánico de Bogotá, José Celestino Mutis.

[3] BERGER John. ¿Por qué miramos a los animales? En Mirar. Buenos Aires. Ediciones La Flor, 1999. Traducción Pilar Vázquez Álvarez

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